La culpa es una de las emociones más complejas, desagradables y desbordantes que podemos sentir, en muchas ocasiones, se convierte directamente en el motivo de consulta de terapia.
Es una emoción que puede surgir por múltiples causas, ya sea para dar respuesta a alguna situación donde entendemos que hemos cometido un error, por decisiones difíciles que tenemos que tomar, o por conflictos personales o profesionales.
La sentimos cuando entendemos o interpretamos que hemos transgredido alguna normal moral, o hemos actuado de manera contraria a nuestro sistema de valores.
No obstante, como todas las emociones, la culpa tiene su función siempre y cuando no esté desmedida o aparezca de manera ajustada en su contexto. Aún siendo una emoción desagradable, nos permite darnos cuenta de algún error que poder subsanar. No obstante, siempre será importante tratar de revisar qué genera esa culpa para tratar de reformularla en términos de responsabilidad y poder atenderla de manera efectiva y con menor juicio moral.
En ocasiones, la culpa se desborda, se magnifica, aparece ante situaciones o estímulos que no debiera, se convierte en una culpa patológica pudiendo afectar a la autoestima, el autoconcepto, la ansiedad o incluso influyendo en la realización de conductas evitativas.
¿Para qué sirve la culpa cuando aparece de manera adaptativa, es decir, ajustada?
Principalmente la culpa nos permite tener una “alarma” interna dirigida a reconocer algún error o transgresión de alguna norma que corresponde a nuestra manera de entender “qué es correcto”, o bien alguna norma social.
Al dirigirnos a reflexionar sobre nuestra propia moralidad, permite que tengamos conductas más empáticas, nos comuniquemos con más honestidad, nos revisemos a nosotros mismos y ayuda a prevenir un comportamiento que pueda afectarnos a nosotros o nuestra relación con el entorno.
¿Todo el mundo se culpa igual que yo?
Si te has hecho esta pregunta alguna vez, probablemente haya sido en algún momento de malestar muy intenso. No todo el mundo vive la culpa del mismo modo, al igual que no todas las personas se relacionan con la ansiedad o con la tristeza de la misma manera. La experiencia subjetiva de cada uno de nosotros con la culpa puede variar en función a nuestras creencias, a nuestra historia de aprendizaje, a experiencias traumáticas o también a nuestra propia estructura de personalidad. Aparece más marcada en personas con una alta tendencia al perfeccionismo, menos inflexibles, o con una autoexigencia excesiva.
¿Qué puedo hacer al respecto?
Comprender de dónde viene, tratar de reajustar nuestro juicio moral, y por tanto, practicar la autocompasión siendo indulgentes con nosotros mismos, puede ayudar a que el peso de la culpa no sea tan grande.
Recordemos que es posible que la culpa esté actuando como “alarma” cuando hemos actuado de manera contraria a nuestros valores, pero lo importante será poder reconstruirla en acciones que se dirijan a la reparación y la disculpa, sirviendo así como aprendizaje.
Es importante tomar responsabilidad sobre nuestras acciones, pero de manera ajustada e incluyendo la posibilidad de errar, aún sin ser intencionado.
La terapia psicológica puede ser un espacio adecuado para poder abordar todos estos sentimientos que suelen paralizarnos o incluso aislarnos. Si crees que esta es tu situación. A veces, necesitamos exponernos y confrontarnos con el origen de esa culpa para poder llegar a perdonarnos y “permitirnos” ser responsables del error, pero no presos de él.
En ocasiones, la culpa patológica puede ser síntoma o acompañar a otros cuadros clínicos o trastornos. Por ejemplo, las personas que conviven con el trastorno obsesivo compulsivo (TOC) suelen expresar de manera recurrente que su nivel de culpa es superior a los de las personas que les rodean. Esto no significa que por vivir la culpa con un grado elevado signifique tener TOC, no obstante siempre es recomendable poder contactar con un profesional si dudas de si pudiera tener que ver con algo más complejo.